México, país privilegiado en cuanto a la disponibilidad de recursos, enfrenta el enorme desafío energético del siglo XXI con grandes ventajas que no está aprovechando cabalmente
Dra. Celsa Guadalupe Sánchez Vélez
Directora del Colegio de Administración y Negocios del Sistema CETYS Universidad
Llegar tarde a la transición energética tendrá un costo muy elevado para las naciones que no estén enfrentando este reto con la debida visión histórica que amerita. El peso que tiene la energía en los engranajes que hacen funcionar las cadenas productivas, de distribución y consumo —y por ende en los costos y la productividad— se está convirtiendo en uno de los factores clave para acortar la brecha en los niveles de desarrollo entre países; o para profundizar las desigualdades si la ruta seleccionada no es la correcta.
La transición energética debe partir de la visión plasmada en los grandes planes nacionales, sustentarse en la mezcla óptima de fuentes de energía disponibles que hagan factible alcanzar la meta de un modelo limpio y sustentable, y contribuir a mejorar la competitividad de los países. Las innovaciones tecnológicas y la construcción de la infraestructura necesarias para esta transición demandan estrategias de largo alcance y cuantiosas inversiones de origen público y privado. En el contexto de una acérrima competencia global, las alianzas con socios regionales se están volviendo indispensables. México, país privilegiado en cuanto a la disponibilidad de recursos, enfrenta el enorme desafío energético del siglo XXI con grandes ventajas que no está aprovechando cabalmente.
De acuerdo con un reporte elaborado por el Laboratorio Nacional de Energías Renovables de Estados Unidos, nuestro país cuenta con abundancia de energía de origen solar y eólica, además de un gran potencial en energía hídrica y geotérmica.
En este escenario, se estima que el potencial de energía solar fotovoltaica de México podría satisfacer 137 veces las necesidades eléctricas totales del país en 2024. Para que esto suceda, según el reporte, se requiere de una adecuada combinación de políticas y condiciones técnicas que atraigan inversiones a gran escala; así como de una mayor integración energética entre Estados Unidos, México y Canadá. Desafortunadamente, incesantes nubarrones siguen
ensombreciendo las oportunidades que tiene la región de América del Norte para retomar estrategias comunes en favor de la seguridad energética.
Debate en la mesa
Durante los últimos meses, el debate en torno al tema de la energía en nuestro país se ha enfocado en los cambios del marco regulatorio para la generación de electricidad; el impacto que esto ha provocado en los planes de inversión orientados al sector de energías renovables y; en general, en el ánimo de los inversionistas que actúan en diferentes frentes para presionar al gobierno mexicano a modificar su postura. En medio de este ambiente turbio e incierto, el gobierno de Estados Unidos decidió formalizar una demanda contra nuestro país por el incumplimiento de compromisos relativos al sector energético estipulados en el T-MEC; que han afectado las inversiones de sus connacionales. Si México pierda el caso en el panel de solución de controversias; la sanción contempla el uso de aranceles extraordinarios que afectarían las exportaciones mexicanas de productos sensibles; con un costo estimado en 30 mil millones de dólares.
En etapa de transición
Sin el ánimo de minimizar los efectos negativos que esta demanda puede provocar en la economía nacional y en las relaciones comerciales con Estados Unidos; y de manera más amplia, sin soslayar las polémicas decisiones de la actual administración en la materia; es imprescindible que tomemos distancia de esta discusión politizada; para ver la fotografía completa en una perspectiva histórica; entendiendo la relación entre los modelos energéticos y las fases de industrialización y desarrollo económico de los países.
Estamos transitando por una etapa que se caracteriza por un fuerte cuestionamiento a la globalización. El descontento social frente a una economía globalizada que no ha sido capaz de eliminar las desigualdades está siendo aprovechado por opciones políticas de corte nacionalista; que apuestan por la autosuficiencia y el regreso al proteccionismo. El conflicto bélico en Ucrania, las tensas relaciones entre China y Estados Unidos, o las dificultades comerciales de Reino Unido después del Brexit; son algunos ejemplos de estas amenazas nacionalistas que están poniendo en jaque los andamiajes de cooperación internacional construidos en las últimas décadas. Mientras tanto, la Cuarta Revolución Industrial sigue definiendo la inserción de los países en la economía mundial.
Frente a este escenario de nacionalismos exacerbados y mercados competitivos y volátiles; México necesita estrechar los lazos económicos con sus socios comerciales y fortalecer su posicionamiento en América del Norte. En el tema particular de la energía; la estrategia debe apuntar hacia una mayor integración entre los miembros del T-MEC; para garantizar la seguridad energética y la competitividad de la región, bajo un esquema equitativo y de complementariedad.
Alcanzar este objetivo dependerá fundamentalmente de la capacidad de negociación del gobierno mexicano frente a sus socios comerciales.
Contamos con los recursos y la experiencia de negociadores especializados para impulsar un diálogo que nos permita sacar provecho de la actual coyuntura internacional. Sin embargo, antes de cualquier negociación, la actual administración debe acabar de definir una política energética compatible con
un desarrollo económico sustentable, congruente con los compromisos internacionales, clara, transparente y predecible para todos los grupos de interés involucrados.