Es inaceptable que, desde el discurso político y la función gubernamental se minimice el problema, se promueva el negacionismo
Roberto Martínez Espinosa
Socio fundador de Alcius Advisory Group
Los seres humanos enfrentamos problemas y amenazas de diferentes características. Algunos responden a una u otra tipología, tienen dimensiones diversas, o sus efectos, como los de algunos medicamentos, son de liberación lenta y prolongada. Con frecuencia enfrentamos dificultades para percibir y caer en cuenta de problemas disimulados por su minúscula dimensión, lenta evolución, o ausencia momentánea de efectos notorios. Pero no menos común resulta que la reticencia a ver y aceptar lo que es ya evidente obstaculice la acción necesaria o urgente.
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Cuando una enfermedad grave se presenta de manera asintomática puede pasar inadvertida hasta que es demasiado tarde. Puede ocurrir, también, con una sintomatología leve, al grado de que no se le presta demasiada atención. Sin embargo, aun cuando los síntomas sean suficientemente potentes para alertar del peligro; el temor a la confirmación de la gravedad del mal, la subestimación de los síntomas, o la creencia en remedios milagrosos pueden originar demoras en la aplicación del tratamiento adecuado.
En forma similar, la atención de otro tipo de problemas o amenazas puede verse afectada por fallas en los procesos de percepción, aceptación y respuesta que originan inacción, dilación, o adopción de medidas insuficientes o inadecuadas. Situaciones como esta se tornan más complejas cuando se trata de acciones colectivas que reclaman cooperación para enfrentar problemas comunes, sobre todo en la medida en que conciernen a un número mayor de individuos o de comunidades afectadas.
Primer paso
Un primer paso es el conocimiento y aceptación del problema. Esto involucra no solo el reconocimiento de su existencia; sino también la generación de un cierto y suficientemente amplio consenso acerca de sus alcances, gravedad y extensión. A ello seguirá la búsqueda de posibles soluciones y, por supuesto, la necesidad de un acuerdo acerca de ellas y la urgencia de su implementación. Enseguida, se hará necesario establecer compromisos para llevarlas a cabo.
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En ocasiones esos compromisos son fruto de la comunicación, el diálogo y la negociación entre partes involucradas. En otros casos, se hará necesaria la intervención de un tercero que establezca ciertas reglas y sancione su cumplimiento. Con frecuencia, esta función es llevada a cabo por autoridades nacionales. Sin embargo, tratándose de problemas globales que reclaman la decidida intervención de los sectores público y privado a escala internacional resulta aún más complejo establecer mecanismos eficaces de colaboración, regulación y supervisión.
Cambio Climático, problema de enorme magnitud
Uno de los problemas de la mayor trascendencia y urgencia que enfrentamos como humanidad a escala global es la del Cambio Climático y sus devastadores efectos medioambientales, económicos y sociales. Hasta el momento, puede decirse que existe un consenso más o menos amplio acerca de la existencia del problema, que en su mayor parte es producto de la acción humana, y del tipo de medidas que se requieren para mitigarlo.
Es ampliamente reconocida la urgencia de detener las emisiones de gases de efecto invernadero, particularmente de metano y dióxido de carbono. Ese reconocimiento también incluye al impacto del sector energético en su producción y la urgencia de transformarlo; para alcanzar, a la mayor brevedad, la neutralidad en las emisiones de carbono. Para ello se han creado mecanismos internacionales de cooperación con compromisos nacionales, todavía insuficientes, de reducción de emisiones.
El problema reviste ya una gran complejidad desde los puntos de vista económico y tecnológico. También desde la perspectiva de la cooperación internacional que se requiere, en la escala y a la velocidad necesarias. Es aquí donde el panorama se torna aún más nebuloso.
Los compromisos establecidos, recurrentemente refrendados y actualizados, como recientemente ocurrió en la Conferencia de las Partes celebrada en Glasgow (COP26), podrían hacernos suponer que nos encontramos de lleno en la fase de atribución y ejecución de responsabilidades y medidas de solución por parte de gobiernos y grandes corporaciones. Sin embargo, ello no es enteramente cierto.
Compromiso
No solo es que haya todavía gobiernos, corporaciones y liderazgos dispuestos a beneficiarse gratuitamente del esfuerzo ajeno sin realizar la tarea que les corresponde. Tampoco es que, simplemente, el compromiso de algunos respecto del Cambio Climático resida sola o mayoritariamente en la oquedad de un discurso; carente de respaldo en acciones y políticas concretas, efectivas y suficientes. Ni siquiera es, nada más, que se estén implementando aún políticas públicas y corporativas contrarias al esfuerzo colectivo dirigido a la transición energética y la reducción de emisiones.
Todavía más grave resulta la existencia de liderazgos que, persiguiendo ganancias políticas o económicas de corto plazo, no estén dispuestos a tomarse el problema en serio o invoquen razones como la soberanía nacional para justificar su inacción. Aún más inaceptable es que, desde el discurso político e, incluso, desde la función gubernamental, irresponsablemente se minimice el problema, se promueva el negacionismo o, con arrogante desdén, se descalifiquen medidas y tecnologías que contribuyen a combatir el Cambio Climático tildándolas, por ejemplo, de simples modas. El problema es que, al final, la realidad terminará por despertarnos del sueño y, entonces, será demasiado tarde para reaccionar.
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