La industria del vestido es la segunda más contaminante detrás de la petrolera. Sin embargo, su transformación hacia un modelo limpio y con mayor responsabilidad social parece irreversible a la luz de las inversiones ESG y los ODS 2030
Silvia Rojas Padilla y Pablo López Sarabia
Instituto Cervantes en Sidney, Australia y Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno del Tecnológico de Monterrey, campus Santa Fe
El año 2020 fue un parteaguas en la dinámica económica y política global, acelerando cambios en los modelos de negocio y cadenas de valor, así como intensificando los debates medioambientales, sociales y de transparencia que se sostenían previo a la pandemia del COVID-19. La presión de jóvenes activistas como Greta Thunberg, muestra la actitud de una nueva generación que exige atención al Cambio Climático y la adopción de estilos de vida socialmente responsables. La transición hacia una economía verde, basada en la Agenda para el Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas (ODS 2030), ha consolidado a la sostenibilidad como el pilar de una perspectiva a largo plazo, la cual considera aspectos ambientales, sociales y de transparencia.
En 2006, los Principios de las Naciones Unidas para la inversión responsable establecieron el compromiso por parte de las empresas firmantes hacia la adopción de medidas ambientales, sociales y de gobierno corporativo (ESG, por sus siglas en inglés) en los procesos de análisis de inversión y toma de decisiones. Los beneficios de adherirse a estos principios van más allá de asegurar la relevancia de una compañía en el mercado ya que, actualmente, la incorporación de mejores prácticas se vincula directamente con las posibilidades de acceso al financiamiento por la estabilidad y seguridad que ofrecen a los inversionistas en el largo plazo.
Pácticas cuestionables
Desde hace tiempo, la industria del vestido ha sido objeto del escrutinio público debido a sus cuestionables prácticas. Este sector, considerado uno de los más contaminantes a nivel mundial (solo detrás de la industria petrolera), ha causado daños considerables en materia de contaminación y consumo excesivo de agua, uso de materiales no biodegradables y químicos de alta peligrosidad, emisión de gases de efecto invernadero y degradación del suelo, entre otros. Además, en búsqueda de mayores ganancias, la mayoría de las grandes marcas establecen sus fábricas en países que proveen ventajas geográficas, legales y sociales, lo cual ha provocado que las empresas finjan desconocimiento ante prácticas que incluyen trabajo infantil, riesgos de salud y seguridad para los trabajadores, tráfico de mano de obra, condiciones precarias de trabajo, esclavismo, experimentación y abuso animal, por nombrar algunas.
Polémica en la industria
Estas preocupaciones ambientales y sociales se suman a un tercer grupo de inquietudes relacionadas al gobierno corporativo. La industria del vestido enfrenta grandes retos con respecto a la transparencia, rendición de cuentas y protección de datos personales. Los consumidores e inversionistas, en su intención de salvaguardar intereses comunes, han ejercido presión sobre el mejor manejo de las empresas, especialmente a partir de escándalos como:
1) El desplome de Rana Plaza en Bangladesh en 2013.
2) Fraudes y evasión de impuestos, como por ejemplo Gucci en la década de los 80 o Dolce & Gabbana en 2009.
3) Racismo en campañas publicitarias, como Dior con “Salvaje” que utiliza símbolos nativos americanos.
4) La fallida campaña de Givenchy, Versace y Coach donde se refieren a Hong Kong y Taiwán como entidades separadas de China.
5) Apropiación cultural como en el caso de Carolina Herrera y Kim Kardashian con sus respectivas marcas.
6) El falso etiquetado como en el caso de la compañía australiana Rip Curl, la cual tuvo que emitir una disculpa pública ante el descubrimiento de que sus prendas se manufacturaban en Corea del Norte a pesar de portar la etiqueta “Made in China”.
7) Las vagas declaraciones de sostenibilidad de marcas como H&M y Zara.
Teecnología e innovación
Históricamente se ha observado que las empresas cambian si tienen incentivos para hacerlo, desmantelando viejas prácticas y abriendo paso a la innovación. Actualmente, las nuevas expectativas del consumidor y las decisiones de inversión han desatado la transición de la industria del vestido hacia un futuro ético y socialmente responsable donde los individuos están dispuestos a pagar más por un producto o servicio que sea fiel a sus principios y los inversionistas valoran la estabilidad y relevancia en el mercado a largo plazo que las prácticas ESG propician.
En el año 2020, la industria del vestido ha experimentado las consecuencias y riesgos de una alta dependencia en cadenas de suministro internacionales, ya que el shock en las operaciones productivas y de transporte a nivel mundial obstaculizaron los canales de obtención de materias primas y subcontratación que las compañías tenían a su alcance previamente. Debido a esto, es altamente probable que las empresas redireccionen su enfoque hacia el suministro local, no solo porque provee mayor seguridad sino porque también se alinea a los principios ESG en el apoyo a comercios locales. En síntesis, el diversificar las fuentes de abastecimiento, a pesar de un posible mayor costo en el corto plazo, reditúa en mayor estabilidad a largo plazo.
Tecnología, un gran aliado
Por otro lado, la industria de la moda ha encontrado en la tecnología a uno de sus mayores aliados, fortaleciéndose cada vez más a través de la publicidad e inclusión de opciones de compra-venta disponibles en redes sociales. Hoy en día, las transacciones digitales se han simplificado y acelerado a tal grado que algunas marcas han decidido reducir sus gastos al máximo al no contar con establecimientos físicos y elaborar sus prendas bajo pedido. Esto, sin duda, coadyuva al mejor uso de recursos naturales y mejores condiciones laborales (ya que sus productos se consideran artesanales). No obstante, el uso de la información personal en redes sociales, si bien sirve para ofrecer bienes y productos “a la medida”, preocupa a los usuarios, quienes exigen la protección de información personal, políticas de privacidad, términos y condiciones claras y en favor del usuario.
Prácticas sostenibles aseguran permanencia a largo plazo
Es natural esperar que los modelos de negocio en el sector de prendas de vestir o industria del vestido incorporen, cada vez más, mejores prácticas ambientales como el uso responsable de agua y energía, así como reciclaje y reutilización de materiales. Incluso, para prevenir la generación y acumulación de desperdicio, la industria de la moda podría convertirse en un servicio más que en bien ya que la nueva generación de consumidores se inclina por tener acceso más que por poseer bienes materiales. Además, las presiones sociales con respecto a temas como comercio y salarios justos, inclusión y respeto por la diversidad, equidad de género, apoyo a negocios locales, protección de individuos, derechos animales, transparencia y rendición de cuentas han tenido y tendrán efectos irreversibles en el sector.
Muchas compañías sobrevivirán a la presión de todos estos cambios y se adaptarán rápidamente con la finalidad de mantenerse o reincorporarse al mercado. Además, invertirán recursos tangibles e intangibles con la finalidad de estar mejor preparadas ante disrupciones como COVID-19. Muchas de ellas fortalecerán su vínculo con consumidores para asegurar su lealtad, incluso en momentos de crisis, por lo cual tendrán que asegurarse de cumplir con las prácticas y la calidad necesarias para mantenerse vigentes en el largo plazo. Más aún, las marcas tendrán que mostrar un interés activo por contribuir a la mejora de las comunidades donde opera a través de programas de voluntariado, campañas ambientales o programas de acceso a servicios básicos, entre otros.
Ideales de sostenibilidad marcarán la pauta
Los beneficios de adoptar criterios ESG son enormes para las empresas que ahora pueden identificar con claridad las ventajas de un modelo de operaciones local, verde y justo. Seguramente las grandes marcas jugarán un rol significativo, haciendo uso de su poder de mercado para presionar a proveedores a incorporar mejores prácticas e impactando a toda la cadena de valor. A pesar de que nadie sepa con certeza cómo será el mundo después de COVID-19, la mentalidad a largo plazo y los ideales de sostenibilidad marcarán la pauta. Esto es la prueba de que el movimiento ESG llegó para quedarse.
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