Rosanety Barrios
Experta en finanzas y energía
En mi columna anterior plantee las razones por las cuales nuestras empresas del Estado enfrentan un futuro incierto de no implementar medidas contundentes de transición energética.
Un mes después el mundo atraviesa por una de sus crisis petroleras más serias de la historia, ya que, en esta ocasión, a una situación de sobre oferta en el mercado, se añade una contracción de demanda liderada por el efecto coronavirus en China.
Aún no sabemos cuánto durará esta crisis y cuáles serán sus consecuencias para todo el planeta. Es un hecho que, para economías como la mexicana, en donde el 18% de sus ingresos depende de la actividad petrolera y donde el riesgo de esta actividad está concentrado en la operación de una sola empresa, (la del Estado), el reto es mayor.
Al momento de escribir esta columna, el precio de la mezcla mexicana de exportación cerró en US$18.73 por barril. A estos precios, es muy posible que prácticamente ningún pozo de Pemex sea rentable. Esto lo afirmo tomando en cuenta que Pemex reportó a la SEC que su costo promedio de producción de crudo fue de US$13.73 en 2018. Este costo aumenta con el tiempo, considerando que los pozos principales se encuentran en etapa de declinación, por lo que actualmente debe ubicarse entre 15 y 20 dólares el barril.
La crisis petrolera aún no da señales de terminar, ya que Arabia Saudita ha tomado la decisión de incrementar su producción por arriba de los 12 millones de barriles al día y Rusia ha declarado que puede vivir el resto del año con precios bajos.
La política energética vigente se adoptó con una expectativa diferente, claro está. Se decidió que sería el Estado el que nuevamente tomaría todo el riesgo de la inversión en petróleo y gas y se cerró la puerta a la inversión privada, también en materia eléctrica.
Las nuevas circunstancias obligan al replanteamiento de estas decisiones y esta vez será indispensable minimizar los riesgos con la diversificación de los participantes en el sector, al tiempo que se detona una política industrial que disminuya la dependencia de los hidrocarburos. Aceptar pues, que el petróleo no es ni será más la palanca de desarrollo de nuestro país es el principio de la solución.
*Experta en finanzas y energía con una experiencia profesional de más de 30 años. Tuvo a su cargo parte del diseño del nuevo modelo energético mexicano y fue responsable de la política pública para el desarrollo de los mercados de gas natural y petrolíferos, por lo que acumula más de 18 de años de experiencia en el sector energía y más de 15 en el sector financiero mexicano. Dentro de sus principales logros está el desarrollo de las políticas de almacenamiento de gas natural y petrolíferos.
Contacto: rosanety.barrios@gmail.com
El petróleo como palanca de desarrollo. ¿Y ahora qué hacemos?
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