La ingeniería en México se encuentra en plena picada. Existen numerosas razones, pero tristemente los ingenieros resultamos ser los principales culpables
Santiago Barcón Palomar
Ideas con Brío
Con 25 años a cuestas de labor ingenieril y por el ramo al que me he dedicado -compensación de energía reactiva, filtrado de corrientes armónicas, protección de sistemas eléctricos y calidad de energía- he tenido la fortuna de conocer la mayoría de los sectores de la ingeniería eléctrica y afines; tanto a nivel de empresa suministradora, léase CFE y Luz y Fuerza, como usuarios de todos los segmentos y tamaños. Asimismo, debido a la exportación y representaciones de empresas extranjeras, el contacto internacional ha sido intenso y continuo.
Hace ya un año Santiago, mi hijo, me comentó que deseaba convertirse en ingeniero. Naturalmente me dió gusto, pero para los retos a los que se enfrentará él y su generación, se requerirá lograr un cambio en la sociedad y en particular con los empresarios que demandarán sus servicios.
Tengo muchos y muy buenos amigos doctores y admiro su labor. Pero aún más el que se atribuyen sin el menor empacho el éxito de la ingeniería como propio; la medicina se encuentra décadas atrás. Los galenos no han inventado los tomógrafos ni la laparoscopia ni el microscopio electrónico, por mencionar tan solo algunas de las decenas de miles de productos. Sin embargo, sus cuotas siguen incrementándose muy por arriba de la inflación y la calidad de atención lleva el rumbo inverso. No podemos criticar, el mundo es capitalista y cada quien debe maximizar su utilidad.
Los ingenieros en México trabajamos en forma opuesta. Por no pontificar y decir que ocurre universalmente, digamos que, en la gran mayoría de ocasiones cuando un ingeniero de planta requiere un estudio o análisis, lo solicita gratis. Además lo pide sin el menor empacho y, peor aún, con un dejo de satisfacción, y lo llevan a cabo porque les funciona.
Nunca falta el “ingeniero” que realiza su trabajo -sobra decir que en la mayoría de los casos de calidad mediocre o mala- con tal de tener la oportunidad de vender equipo u otro servicio en el futuro. Como me gustaría ver a esos ingenieros que requieren a un colega un trabajo gratuito, tuviesen las agallas de tan solo insinuárselo a un médico o a un abogado: “A ver doctor, ¿por qué no me examina gratis?, paga por la tomografía y analizaré si me opero con usted”.
Sé que suena raro, pero no existe razón sobre por qué no hacerlo. Y por cierto, dejando a un lado el trabajo gratuito, la solicitud de descuentos siguen la misma tónica.
Este artículo no es una diatriba contra los doctores y otras profesiones, sino una reflexión al análisis y concientización de la importancia de ser ingeniero y las acciones para valorizar nuestro sector.
Propongo los siguientes puntos para evitar que la ingeniería en México, la profesión que ha llevado nuestro nivel de vida a fronteras insospechadas desde hace ya cien años, prosiga con su declinación. Y no nos engañemos, el peor enemigo está en casa y lamentablemente en gran parte lo constituimos los mismos ingenieros.
- Establecer un nivel educativo más estricto, selectivo y alto. Volver a las épocas donde el 50% o más de los alumnos tiraban la toalla ante el reto intelectual.
- Informar a los estudiantes de ingeniería las diferencias de ingresos entre su futura profesión y otras varias. Solo con datos podrán demandar ingresos adecuados.
- Los colegios e institutos de ingenieros deben crear conciencia a sus agremiados del problema y sugerir tarifas adecuadas. Aprendamos de los notarios.
- Tomar valor y rehusar con educación, pero tajantemente, ante sugerencias de trabajo sin compensación. Dos frases:
“Que un ingeniero le pida a otro labores gratuitas resulta difícil de comprender” y “Lo que sé hacer lo cobro. Extirpación de amígdalas sin costo”.
- Educación continua. El avance tecnológico, de paso brutal, requiere ahínco en el estudio y actualización. Y no hablo de cursos cortos o pláticas comerciales, sino del estudio profundo.
- Aprender a dar valor agregado y a diferenciarse. Sin mostrarlo al cliente, no existen posibilidades de demandar ingresos adecuados.
- Documentar los éxitos y publicarlos. Los congresos de ingeniería en México se han convertido en refritos de ponencias de Estados Unidos y Europa. La excusa resulta, como siempre, disponibilidad de tiempo magra; y afecta tanto a las empresas privadas como a las públicas.
- En el sector gobierno, volver a los días donde CFE, Luz y Fuerza y Pemex eran pilares tecnológicos y no administradores de valor neto presente sin visión alguna. Debemos recuperar el valor de oponerse a decisiones que socavan el futuro del país. La cancelación o minimización del proyecto El Fénix, entre otros, debería recibir un rechazo rotundo e inequívoco del sector ingenieril.
- Llevar a cabo una campaña nacional de concientización de la labor de los ingenieros. Por citar uno, en lugar de “CFE empresa de clase mundial”, por qué no “CFE semillero de ingenieros de clase mundial”.
- Los egresados deben regresar a su alma máter y divulgar la problemática. Constituye una obligación moral y la mejor forma de construir el futuro.
Si, por supuesto, volvería a estudiar ingeniería; creo que no hay profesión que tenga paragón en cuanto al impacto social, desarrollo intelectual y posibilidad de conocer el mundo. Accionar un interruptor eléctrico y obtener luz instantáneamente quizá constituye la proeza más grande de la humanidad y la que tiene el mayor impacto en el quehacer diario de las personas.
Pero en México, nos empeñamos en destruir la profesión que más valor proporciona. Un país sin ingeniería es un país sin futuro. Unas cifras para reflexionar de Pemex: el número de horas hombre de ingeniería por año 1980: 30 millones; 1990: 10 millones; 2003: 6 millones; proyectadas para 2005: 5 millones. Como los cangrejos, caminamos para atrás.
Los ingenieros somos los motores de bienestar más potentes de la sociedad. Demandemos y obtengamos el respeto e ingreso acorde. Pero más importante, ganémoslo a pulso.