Es claro que el petróleo no puede seguir siendo el hegemón de la energía, el nuevo modelo energético tendrá que basarse en las fuentes renovables, pero también deberá cambiar la lógica de la producción
Pablo Ramírez
Especialista en Energía y Cambio Climático de Greenpeace México
La expropiación petrolera es uno de los hitos más importantes de la historia moderna de nuestro país. Lo es no solo por la recuperación de los recursos, en un momento coyuntural único, sino por el cambio de modelo energético que resultó en el desarrollo económico y social más importante de México; la base del modelo social revolucionario, que a pesar de las tempestades neoliberales que han desmontado prácticamente todo, aún podemos seguir gozando de algunas de ellas que se han defendido con valentía, como la educación pública.
Uno de los grandes aciertos de ese tiempo fue adaptar el modelo energético al modelo social que se buscaba impulsar; desarrollar empresas públicas que se dedicaran a satisfacer la creciente demanda de un mercado interno en desarrollo; impulsado por la industria nacional que caracterizó al periodo de sustitución de importaciones.
En la actualidad, el modelo social tiene que adaptarse con rapidez a la realidad ambiental de deterioro ecosistémico y finitud de recursos, entre ellos el petróleo. Cada vez es más evidente que las crisis que atravesamos: pandemias; sequías; incendios; escasez; heladas atípicas, etc. tienen que ver con los límites biofísicos del planeta, algunos ya rebasados y otros que están al límite. La forma en la que producimos y consumimos tendrá que cambiar, adaptarse y decrecer, esto incluye, de manera prioritaria, el tema energético.
En estos tiempos en que la soberanía está tan presente en lo oficial, es aún más relevante repensar la expropiación cardenista de 1938 y lo que significó en términos transformadores; pensarlo también desde el momento histórico ambiental que nos toca vivir para plantear la construcción de nuevos modelos, nuevas formas de relacionarnos con la energía.
Un nuevo modelo renovable
Citando a Luca Ferrari, “Con el fin de de la era del petróleo barato empieza el decrecimiento y simplificación” palabras con las que cierra su artículo llamado “Pico de petróleo y crecimiento”; este plantea la necesidad de una transformación social y por ende energética. Es claro que el petróleo no puede seguir siendo el hegemón de la energía; el nuevo modelo tendrá que basarse en las fuentes renovables, pero también deberá cambiar la lógica de la producción.
El nuevo modelo tendrá que ser renovable y descentralizado, pero sobre todo debe partir del hecho de que el crecimiento tiene un límite. Tendrá que conducir a la reducción del consumo y al cambio radical en la producción.
Si bien las renovables tienen grandes retos, uno de los beneficios más importantes es que pueden descentralizarse, a diferencia de las energías convencionales. Alguna vez escuché que si la energía la pensáramos como si fuese agua, el petróleo estaría representado por los lagos; incluso mares, los grandes cuerpos de agua en donde se encuentra concentrada. Mientras que las fuentes renovables (particularmente la solar y eólica) serían la lluvia. Es más fácil tomar el agua cuando se encuentra concentrada; pero no todas las personas tienen acceso a un lago, en cambio la lluvia es más democrática.
Esta descentralización puede ayudar a romper con las enormes inequidades que el modelo fósil ha perpetuado, tanto en el acceso de energía como en el cambio climático. Puede hacerlo, además, desde la más radical de las soberanías, desde la autogestión y autodeterminación de los pueblos y comunidades; desde la organización vecinal y barrial, es un nuevo modelo que puede usar la energía para regenerar el tejido social que tanto ha sido dañado por el extractivismo fósil.
Pensar en un nuevo modelo energético que significara la nacionalización del petróleo, un par de años antes de la expropiación, hubiera sonado utópico, ahí radica lo extraordinario de la expropiación cardenista. Un nuevo modelo energético podrá parecer utópico, pero son las utopías las que dan pie a nuevas realidades, como lo dejó demostrado Cárdenas.