La empresa Petróleos Mexicanos (Pemex) enfrentará un desafío existencial: aferrarse a una industria en decadencia, o reposicionarse en las energías renovables
Desde la izquierda
Víctor Rodríguez Padilla
Especialita en el sector energético
Petróleos Mexicanos (Pemex) enfrenta agudos problemas de corto plazo. La adversidad del presente no la exime de atender lo urgente e importante a largo plazo.
La empresa productiva del Estado (EPE) tiene todavía mucho camino por recorrer. Su desaparición, sugerida por analistas, es poco razonable y muy improbable. El Estado siempre estará detrás de ella, por lo menos mientras sea un componente fundamental de los ingresos de gobierno; del presupuesto público y pieza clave de la seguridad energética del país.
#Empresas| De acuerdo con el Plan de Negocios de Pemex, se necesitarían hasta 116 millones de pesos en 2022 para el proyecto de Dos Bocashttps://t.co/h6hWQ8LfPt
— Energía Hoy (@energiahoy) May 5, 2021
Un desafío existencial
La EPE enfrentará un desafío existencial en los próximos años: mantenerse aferrado a una industria en decadencia, o reposicionarse en las energías renovables y servicios energéticos sostenibles, tal como están haciendo Shell, BP, Total, Eni, Repsol, Equinor y otras grandes empresas petroleras. Ya sea que decida hundirse con el barco, o que transite hacia un mundo bajo en carbono, su rumbo tendrá un impacto en la evolución del sector energético nacional y la participación de México en el esfuerzo mundial para frenar la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) causantes del Calentamiento Global y el Cambio Climático.
Por lo pronto, hace oídos sordos a los llamados de la sociedad y de la comunidad internacional para involucrarse en un proceso de descarbonización vigoroso y sostenido. Enfrascada en la procastinidad, la petrolera tricolor no dista mucho de Petronas, Sonagol, Sonatrach, Inoc, KPC, Adnoc y otras compañías estatales que se resisten a salir de su zona de confort en la burbuja petrolera.
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Al margen de la transición energética
Igual que Saudi Aramco, Petrochina, Gazprom, Petrobras, Ecopetrol, Sinopec y China National Offshore Oil Corporation, Pemex forma parte de Climate Action 100+, iniciativa global que está orientada a garantizar que las empresas emisoras de GEI más grandes del mundo tomen medidas en cumplimiento de los compromisos derivados del Acuerdo de París. Algunas petroleras participan para no dejar pasar la oportunidad de un greenwashing de alto nivel. Para Pemex es pura formalidad, hace lo políticamente correcto, pero sin ánimo ni convicción, a juzgar por las acciones escasas, endebles e intrascendentes, contempladas en el plan de negocios 2021-2025.
Los altos mandos podrán argumentar lo contrario, pero Pemex está al margen de la discusión internacional sobre la transición energética, la reestructuración de la industria y la transformación de Big oil en compañías integradas de servicios energéticos. Se aferra al viejo modelo de negocios. Su preocupación central es seguir extrayendo, conseguir recursos para pagar la deuda, dar vida a los proyectos sexenales y mantenerse en marcha.
No se le ve haciendo esfuerzos para transformarse en una empresa absolutamente compatible con los objetivos climáticos mundiales, ni preparándose para la neutralidad de carbono. No vislumbra un futuro en las energías limpias. Vive de espaldas a la gran transición. Vaya, ni siquiera se hace responsable de las emisiones de GEI asociadas a los productos que vende.
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Sin embargo, como empresa de los mexicanos está obligada a pensar a largo plazo pese a los problemas financieros y operativos inmediatos. Entre más se tarde en abordar la descarbonización, más aumentará su perfil de riesgo y más crecerán sus costos de capital, por las medidas que tarde o temprano tomará México para integrarse con determinación al esfuerzo mundial para salvar al planeta, hoy de vacaciones.
Palanca de desarrollo
Por tamaño y sinergias, Pemex podría obtener más rentabilidad de la transición que otros actores. Está en excelente posición para aprovechar sus activos y extenderse al negocio de la energía, especialmente electricidad. Si se aleja del modelo de negocio tradicional, extractivista y contaminante, para involucrarse en la revolución de la movilidad, la generación en sitio, el suministro y las opciones bajas en carbono, podría ejercer una influencia enorme en el futuro del país y sería una verdadera palanca de desarrollo.
Como todas las compañías petroleras, Pemex se enfrenta al riesgo de que, los recursos que invierta en nuevos proyectos de exploración y producción no generen un rendimiento adecuado si la transición energética global se acelera y deprime de manera durable el precio del petróleo. En lugar de invertir en reservas que podrían quedar varadas en el subsuelo por razones de colapso climático, debería redirigir el esfuerzo hacia los sistemas energéticos del futuro. Más que un desembolso cuantioso e inmediato se le pide una actitud distinta, menos conservadora y más transformadora, para definir un rumbo acorde con el panorama emergente.
Falta gobernanza
No paso por alto que Pemex no es Shell o BP, ni es líder en la industria petrolera internacional. Sus fortalezas y debilidades, así como su mandato y margen de maniobra para pensar y actuar son distintos; no por ello debe sentirse derrotada y deprimida. Si la institución aún no cuenta con una hoja de ruta, una estrategia y un paquete de acciones totalmente comprometidas con el Acuerdo de París, hay que mirar más lejos. La empresa nacional está subordinada a la política energética y ésta a su vez, a la política general de desarrollo. La última no favorece la marcha hacia la sostenibilidad, ni tiene sentido diseñar programas y proyectos en esa dirección. Falta gobernanza. El gobierno aún tiene tiempo de llenar dicho vacío.
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