México y Texas son destinos que se han integrado, al menos económicamente; además, han entrelazado sus cadenas de suministro
Ideas con brío
Santiago Barcón
CEO de Baorgg y PQBarcon
y especialista en Código de Red.
En 1984 la obra “Vecinos distantes” de Alan Riding causó revuelo por presentar un retrato de los mexicanos más enfocado a los estadounidenses; sin embargo, con ello, nos puso ante el espejo. A más de tres décadas, el cambio ha sido notable.
Por más de 10 años, Alan Riding fue corresponsal de The Economist del Financial Times y de New York Times en México. Brasileño de nacimiento, pero británico de formación, se adentró en nuestra psique y escribió la obra para que resultara más sencillo entendernos, principalmente para los estadounidenses.
Más de tres décadas han transcurrido y, acelerada por el Tratado de Libre Comercio, nuestra relación es completamente diferente. Nos hemos integrado, al menos económicamente y las cadenas de suministro están entrelazadas. El estado con la relación más estrecha es Texas. La geografía es un factor determinante. Casi tres mil 169 kilómetros de frontera con Estados Unidos, de los cuales dos mil seis kilómetros forman parte de Texas. Además, ambas economías tienen entre ellos, sus principales mercados de exportación e importación.
Adicional a la integración económica hay una más estrecha y transversal, que es la energética. El 17% del PIB texano corresponde al petróleo y al gas, el principal mercado de exportación es México. El gas de esquisto que produce Texas ha permitido al país contar con una generación económica, a través de los ciclos combinados, sin olvidar el que se usa en procesos industriales. El volumen de producción resulta tan alto que en ocasiones los precios son negativos: pagan para que nos lo llevemos. La oportunidad no va a repetirse y se está aprovechando bien.
La masa polar que azotó a Texas en febrero mostró claramente que aunque el modelo funciona, y bien, hay que tomar medidas para que lo haga sin sobresaltos. Como un primer punto, debemos de incrementar nuestro almacenamiento a, por lo menos, una semana de los dos días actuales. Por supuesto, falta ver quién lo lleva a cabo y cómo se le retribuye, porque sin esta parte de la ecuación nada va a suceder.
El segundo punto, es no perder la diversidad de fuentes de generación que tenemos en nuestra matriz. Ya vimos los beneficios de los denostados “vejestorios” de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), sin los cuales la situación hubiese sido dramática. Poner epítetos con la intención de hacer triunfar una agenda personal no construye y, como en este caso, fortalece al que se le atacó. No conozco a nadie de los que denostaron a estas plantas que haya detenido su suministro de energía eléctrica hasta que regresaran las fuentes tradicionales. Hubiese sido un buen ejemplo de solidaridad.
En tercer lugar, está incrementar los enlaces eléctricos con el Consejo de Fiabilidad Eléctrica de Texas. Si contaramos con el almacenamiento de gas se podría haber exportado energía, dado que nuestro clima es más benigno. Pero también, el problema de Texas puso en la mesa de los vecinos un debate intenso sobre el modelo energético. El estado de la estrella solitaria cuenta con uno de los mercados más abiertos y las crisis crean distorsiones significativas, aunado a que la gran mayoría de los usuarios desconoce la tarifa que tiene. Esto ha causado, de acuerdo con el Wall Street Journal, que los pequeños consumidores pagaran 28 mil millones de dólares más que con la tarifa regulada. Un veterano de guerra recibió una factura por 16 mil dólares y aunque sea un caso muy puntual se torna una parte importante del debate.
El resultado de toda la problemática es que Texas ya comparte con México la polarización. El gobernador culpó a las renovables; los verdes lo acusan de mentir y los medios -al igual que aquí- dan voz a “expertos” para calentar más el ambiente. Aunado, la Comisión de Servicios Públicos de Texas tiene la genial idea de subir las tarifas para atraer más generación: una solución de mercado a un problema técnico.
En tierra azteca no lo hacemos mejor y en el debate, aunque en realidad ya es un enfrentamiento, nadie parece escuchar. Ninguna de las partes puede tener la razón absoluta y, realmente sorprende la rapidez con la que desechan los argumentos de los que están proponiendo el cambio. No todo está bien, pero es imposible que todo esté mal. Las reformas energéticas de todos los países se adecúan continuamente y, como sucedió en California, inclusive se derogan para realizarse de nuevo.
Un poco en broma, pero más en serio, resulta que los únicos beneficiados de la Reforma Energética son los abogados. Ganaron al redactarla y ahora al defenderla o atacarla. Mientras tanto, las tarifas eléctricas no han disminuido, la confiabilidad del sistema se deteriora y las inversiones se posponen.
Vamos a respirar profundo tres veces y a construir. México y los mexicanos nos lo merecemos.
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