Salvar a Petróleos Mexicanos (Pemex) se ha convertido en una labor titánica para la cuarta transformación (4T), liderada por el presidente Andrés Manuel López Obrador
Víctor Rodríguez Padilla
Especialista en el sector energético, economía y política
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador nunca imaginó lo difícil que sería sacar a flote a Petróleos Mexicanos (Pemex). Por un lado, subestimó el estado de catástrofe que dejó la administración de Enrique Peña Nieto, tanto en lo financiero como en lo productivo, al tiempo que sobreestimó los recursos con los que contaría para operar el rescate. Además, se autoimpuso una serie de restricciones en materia de yacimientos, operaciones, precios, impuestos, endeudamiento, contratos y participación del sector privado, tanto, que el salvamento no ha sido sencillito.
Y luego, el equipo de rescatistas ha dejado mucho que desear porque durante la transición fue diseñado para administrar una hipotética abundancia, cuando en realidad se trataba de gestionar múltiples y variados problemas de altísima complejidad, a lo que se añaden conflictos de mandato, conocimiento y experiencia, egos, rivalidades y disputas que han impedido obtener mejores resultados.
Por si fuera poco, las circunstancias no han estado del lado de la 4T; esta ha tenido que enfrentar la desaceleración económica, la devaluación del peso, la guerra de precios en el mercado petrolero internacional, la pandemia de COVID-19, la contracción de la economía mundial y la reducción de la producción convenida con la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). La conjunción de esos factores ha resultado en menores ingresos para Petróleos Mexicanos y las arcas públicas, y el enrojecimiento de las carátulas financieras. Las ambiciosas metas sexenales han sido remplazadas por otras más acordes con la realidad.
Avances y retrocesos
A pesar de las dificultades e inconvenientes, el rescate de Pemex continúa con avances y retrocesos, aciertos y errores. Desde enero de 2019, la empresa ha logrado detener la tendencia declinante de su producción de petróleo crudo y estabilizarla entre un millón 620 mil y un millón 760 mil barriles diarios. De haber continuado la inclinación, la empresa productiva del Estado (EPE), en estos momentos estaría produciendo alrededor de un millón 377 mil barriles diarios. Sin embargo, las metas no se han cumplido.
Los mejores resultados han estado del lado del gas natural, pues, los indicadores mensuales han sido superados con creces y la producción ronda los 5 mil millones de pies cúbicos diarios.
Lo malo es que la 4T ha hecho suya la mala práctica de priorizar las metas volumétricas, más que la racionalidad y la eficiencia en el aprovechamiento de recursos naturales no renovables. El descremado de yacimientos sigue siendo ley en los campos de producción. En principio, se dejó atrás el extractivismo pero que va, la tentación de producir más y más, sigue latente. La reorientación del esfuerzo hacia la exploración y la restitución de reservas se ha quedado en el nivel de buenas intenciones.
El talón de Aquiles de la 4T
El “talón de Aquiles” de la 4T ha sido la rehabilitación y modernización de las refinerías. De plano, no ha podido. La producción de petrolíferos sigue en los mínimos históricos que dejó la pasada administración, que descuidó intencionalmente las instalaciones para hacer espacio a la voluminosa importación de refinados provenientes de Estados Unidos, pero también para acelerar la penetración del sector privado en el mercado de la gasolina y el diésel. El proceso de petróleo crudo sigue por debajo de los 600 mil barriles diarios en promedio anual, sin que el gobierno haya querido dar amplias explicaciones al respecto. El fracaso es tal, que Rocío Nahle ya hizo suyo el problema, confirmando su mandato político como “secretaria de la refinación”.
Así, a dos años de haber tomado las riendas, la 4T no ha logrado reparar las averías que dejó la pasada administración y el parque de refinerías sigue trabajando a menos del 40% de su capacidad. Como no se logra procesar toda la producción, la mayor parte se exporta: 67% en los primeros once meses de 2020. En este rubro, la 4T repite los mismos pasos que gobiernos anteriores. Las ventas de petróleo crudo en el mercado internacional no bajan de un millón cien mil barriles diarios, con el beneplácito de la Secretaría de Hacienda, más interesada en una rápida valorización del hidrocarburo que en su procesamiento industrial.
Lo que sí avanza es la reintegración de Pemex en una sola empresa, una vieja reivindicación de la izquierda. Numerosas filiales han sido liquidadas y extinguidas porque “actuaban de manera discrecional o a modo, de acuerdo con las instrucciones de los altos mandos”, según nos dice Octavio Romero, director de la empresa.
Despúes de la RE
De las subsidiarias creadas después de la Reforma Energética ya solo subsiste Pemex Transformación Industrial y Pemex Logística. Pemex Cogeneración y Servicios se creó en 2015 con el argumento de que era un buen negocio y tres años más tarde sus propios creadores la cerraron por baja rentabilidad; solo se utilizó para privatizar la actividad. En 2019, Pemex Etileno se fusionó con Pemex TRI y Pemex Perforación y Servicios con Pemex Exploración y Producción.
Este año se concretará la fusión de Pemex Fertilizantes con Pemex TRI; posiblemente, la fusión de Pemex Logística con alguna de las dos grandes subsidiarias o con ambas. Pemex Comercio Internacional (PMI) llegó a tener más de 40 filiales, pero ya solo tiene nueve.
Por el lado financiero la situación sigue siendo delicada, sin embargo, es menos grave de lo que se esperaba. La pandemia devastó a la industria petrolera internacional, pero Petróleos Mexicanos ha resistido mejor que muchas otras empresas. Lo veremos en la próxima entrega.
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